PASCUA, por Cristina Fornés
Por estos días hay personas que, si nos cruzan en la calle, el ascensor o a la salida de la oficina nos saludan: “¡Felices pascuas! ¡Felices pascuas!”... ¿Qué nos están queriendo decir?
No sé cómo será en tu país pero, por aquí, muchas personas aprovechan el fin de semana largo de la Semana Santa para viajar, tomarse unas mini vacaciones, hacer turismo... ¿Nos estarán deseando feliz “fin de semana largo”?
PASCUA es una palabra que nos viene del griego Pásja, que la translitera del hebreo Pesaj, que a su vez la transliteró de un término egipcio que significa “el que hiere” o de otra palabra muy parecida que describe los resultados de la formación de un pacto...
¡Siempre me asombra y emociona comprobar cuánta riqueza encierra una sola palabra, cuánto nos dice! Si es que estamos dispuestos a escuchar el mensaje que nos trae a través de los siglos.
Mira, mira como se cumple su significado: El pueblo de Israel estaba cautivo en Egipto (de ahí su origen). Faraón los somete a la esclavitud más terrible, desoye las súplicas y advertencias que recibe a través de Moisés. Se niega a liberarlos. Su engreimiento (al fin y al cabo él se cree ser dios también) lo lleva a la más abierta rebelión: “¿Quién es Jehová para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová ni tampoco dejaré ir Israel.”
Una tras otra, Dios envía plagas que atacan sus dioses y le demuestra la falsedad de sus creencias religiosas. Sus dioses no existen, son meros ídolos, no tienen poder frente al Señor.
Faraón miente, engaña, vez tras vez, aparenta humildad, reconocimiento...
Entonces el Señor envía instrucciones precisas. Todo aquel que le reconociera a él como el único y verdadero y que deseara la libertad debía seguirlas: degollar un cordero por familia, la sangre se debía asperjar en el dintel y parantes de la puerta como señal de que ese hogar estaba protegido...“
“El cordero tenía que ser asado entero, comido esa misma noche con hierbas amargas y pan sin leudar... todos de pie, vestidos como para viajar, con sus bastones en las manos...” A la medianoche, el ángel de la muerte pasó sobre Egipto y destruyó todos los primogénitos de los hogares que no aceptaron la sangre del cordero.
¡Pascua! Él hirió, pero consiguió el resultado que buscaba con su pacto: la libertad de su pueblo, porque esa misma noche el Faraón echó a los israelitas y antes de la mañana, ya estaban en marcha.
Dios mismo instruyó a Moisés para que todos los años, ese día, recordaran que habían sido sacados de la esclavitud y que hicieran fiesta...
Me dirás, pero eso es para los judíos, ¿qué tiene que ver con nosotros, que no lo somos? Es que, “además de un recordatorio del éxodo, la fiesta de la Pascua, centrada alrededor del cordero, apuntaba hacia Cristo, “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
San Pablo dice que Cristo es “nuestra pascua... sacrificada por nosotros”.
Si. Él hirió. El Cordero, fue sacrificado, para conseguir el resultado que busca con su pacto: nuestra libertad, nuestra más total y absoluta libertad. Su sangre nos cubre y nos libera de la esclavitud a la que nos tiene sometido el pecado (es decir: la separación de Dios, el egoísmo, el rencor, el remordimiento, la culpa, la degradación, y la muerte).
Él ya hizo su parte, ¿estás dispuesto a ser cubierto con su sangre?
Entonces... ¡Felices pascuas! ¡Felices pascuas!
------------------------------
Referencias Bíblicas: Éxodo 5:2,3; 12:1-33; Nm. 33:3; Dt. 16:1; Juan 1:29; 1ª Corintios 5:7
--------------------------------------------------Fuente: Diccionario bíblico adventista del séptimo día- 1ª. ed.- Florida (Buenos Aires); Asociación Casa Editora Sudamericana, 1995.