MATEO, (Primera Parte), por Cristina Fornés
Marcos, Lucas y Mateo nos cuentan en los Evangelios el momento en que Jesús se acerca a Leví, junto a la mesa de los tributos públicos, y le dice: “¡Sígueme!”
¡Qué escándalo! ¿Te puedes imaginar las caras y los comentarios de quienes presenciaron la escena?
-¡Este Rabí está loco!... ¡Cómo se le ocurre pedirle a un repugnante publicano que sea su discípulo!
Por si no lo sabes, te cuento que los “publicanos” eran judíos al servicio de los romanos. Estaban sentados con sus mesas a las entradas de los pueblos y ciudades para cobrar los impuestos. Así que si tú eras un campesino, artesano, tenías algún animalito y llegabas para vender tus productos o simplemente eras un viajero que quería entrar o salir, debías pagar tus impuestos al imperio invasor para poder hacerlo.
Y allí estaba Leví Mateo, el hijo de Alfeo. ¡Traidor, vendido al enemigo! Y para colmo ¡ladrón!... Si, no lo estoy insultando, porque los publicanos hacían su salario del porcentaje de las cobranzas y de las “extras”. Es decir, si los romanos pedían diez, por ejemplo, ellos te cobraban quince o veinte. Por supuesto, la diferencia se la embolsaban.
¿Cómo es posible que, para construir su reino de amor y justicia el Señor Jesús, el esperado Mesías de Israel se acerque a un ser tan despreciable, endurecido y vil para decirle: “¡Sígueme!”?
Pero más asombroso aún es que este hombre, al momento se levantó de su mesa, dejó todo y lo siguió. Es más, luego vemos que le ofrece al Maestro, una cena en su casa. Invita a muchos publicanos y ¡pecadores!...
-¿Y el Rabí entró a esa casa?... Pero, ¿no teme contaminarse, sentándose a la mesa con esos inmundos?- (He usado el lenguaje de los fariseos).
Si tú y yo hubiéramos estado allí, tampoco lo hubiéramos entendido. Ahora es fácil para nosotros comprender la situación. Porque el propio Leví es el “San Mateo” que escribe el Evangelio, donde él mismo cuenta qué pasó ese día:
“Cuando vieron esto los fariseos dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y los pecadores?
Al oír esto, Jesús les dijo:
Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.
Id pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.”
¡Oh, maravilla de maravillas! El inigualable Amor de Dios por sus hijos.
¿Te das cuenta? No importa cómo te sientas, lo que hayas hecho o estés haciendo, o cuánto hayas traicionado. No importa que los otros nos consideren de lo peor... ¡Él te ama, me ama!
Nos mira con la misma ternura y firmeza con que miró a Leví Mateo y nos dice: “¡Sígueme!”
Hace treinta y un años que me levanté y comencé a seguirlo. Te doy mi testimonio: no ha habido un solo segundo, desde entonces, en que me haya arrepentido de esa decisión. ¡Alabado sea su nombre, gloria al Señor que se dignó tenderme su amorosa mano!
Y tú, ¿qué harás, le dejarás entrar a tu vida?... Entonces dícelo, con tus propias palabras, como te salga. Cuéntale tus miedos, tus esperanzas, tus alegrías. Pídele perdón por aquellas cosas que te avergüenzan y llenan de culpa. Si tienes que llorar, llora. ¡Ábrele tu corazón como a tu mejor amigo!
¡Dios no es una idea, un concepto filosófico, un invento de pobres mentes subdesarrolladas! ¡No! Él es una Persona, tan real como tú y yo, que está esperando poder relacionarse contigo.
Deja que el Señor Santo Espíritu te consuele, enseñe y fortalezca. Busca sus consejos en la Santa Biblia. Fíjate que Jesús da un mandato: “Id pues, y aprended lo que significa...”
Pues entonces, vayamos y aprendamos cual es su voluntad para nuestras vidas.
¿O te quedarás mirando y criticando desde afuera y te perderás la fiesta?
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Referencias Bíblicas:
Mateo 9:9-13; Marcos 2:13-17; Lucas 5:27-32