EL NIÑO Y EL PESEBRE, Fragmentos, 2º Parte, por Ángel Manuel Rodríguez
María siguió la práctica corriente de utilizar tiras de tela, similares a vendas, para envolver al niño y mantener así sus piernas extendidas y derechas. Luego, a falta de cuna, lo colocó en el pesebre.
Jesús pasaría por esta experiencia una vez más. En el futuro, Jesús nuevamente sería envuelto en telas y puesto dentro de una roca: “Y quitándolo [al cuerpo de Jesús de la cruz], lo envolvió en una sábana, y lo puso en un sepulcro abierto en una peña” (Luc. 23:53) Nació en soledad, separado de la humanidad; y murió rechazado por ellos, todavía en soledad. La roca en forma de pesebre y la roca en forma de tumba parecen reflejarse una a otra a lo largo del ministerio del Niño. Se movió de una a otra para poder cumplir con la misión que el Padre le había encomendado. El pesebre anticipa la tumba....”
Pero debemos recordar que el Niño no permaneció en el pesebre. Su Padre lo colocó sobre el trono del universo. ¡Lo mudó del pesebre al trono de Dios! Nació para ser un rey y se convirtió en rey. La próxima vez que lo veamos –y créanme, lo veremos-, él no estará envuelto en pañales, sino en las vestimentas regias más gloriosas que podamos imaginar. Ya no estará en compañía de animales, sino rodeado por una majestuosa hueste angélica innumerable...
Pero antes de que lo veamos y nos gocemos con la plenitud de su presencia, primero debemos ir al establo. Debemos verlo en el pesebre, ofreciéndose por todos.
¿Has estado en el pesebre últimamente?”
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Referencias
Ángel Manuel Rodríguez, Revista Adventista, Año 102 (Diciembre) Nº 12, p. 8 y 9, Casa Editora Sudamericana, Florida, Buenos Aires, Argentina.
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